Guillermo del Toro disfruta de un éxito mundial de crítica y público con su película animada Pinocho, la figura decorativa de un puñado de directores y actores mexicanos de renombre internacional, pero la tensión reina detrás de escena.
Ambientada en la Italia fascista, la nueva adaptación de Pinocho es brillante, innovadora y abrumadora, según muchos críticos fascinados por la técnica del “stop motion” (poner en movimiento una serie de imágenes fijas).
Otro director de renombre en Hollywood, Alejandro González Iñárritu entregó antes en Netflix, el 16 de noviembre, su Bardo, fábula autobiográfica de un periodista-cineasta que regresa al país tras años en Los Ángeles.
Suntuoso poema visual para unos, película hinchada pero sin aliento para otros, Bardo golpea los ánimos con un clímax en forma de diálogo entre el doble del director y Cortés en lo alto de una pirámide de cuerpos desnudos (alusión a los estragos de la Conquista o a los 52.000 cuerpos sin identificar en las morgues de todo el país, como elijas).
En un registro más ligero, la actriz Mariana Treviño, revelada en una serie local muy promedio, fue a conquistar Hollywood al compartir el cartel de una comedia con Tom Hanks (El peor vecino del mundo, en francés).
Su compatriota Tenoch Huerta presentó en noviembre en México en casi estreno mundial Black Panther, con otra estrella del elenco de Marvel Studios, Lupita Niongo’o, keniana nacida en México.
Alejandro González Iñárritu entregó el 16 de noviembre en Netflix su “Bardo”, fábula autobiográfica. Foto RD
“Destrucción sistemática del cine mexicano”
¿Está el cine mexicano viviendo una segunda época dorada, después de los 30 Años Gloriosos 1940-1960? El ambiente no es ese dichoso optimismo del lado de Churubusco, los estudios donde brillaron Dolores del Río, María Félix, Pedro Almendriz y tantos otros.
“La destrucción sistemática del cine mexicano y sus instituciones -que tomó décadas construir- ha sido brutal”, incluso lanzó Guillermo del Toro en noviembre en Twitter. En plena promoción de Pinocho, apoyó a la Academia Mexicana de Cine, que amenaza con suspender la ceremonia de 2023 de los Ariels, el equivalente a los Oscar en México, por falta de apoyo estatal.
Guillermo del Toro se ha ofrecido incluso a pagar de su bolsillo las estatuillas que se entregan cada año a las mejores películas, a los mejores actores. « Es un colega generoso », saluda la presidenta de la Academia Leticia Huijara, que sin embargo prefiere la vía de un acuerdo con el Estado, pero « a la fecha, la convocatoria de los Arieles se encuentra postergada », confirmó. Todas estas críticas dejan de mármol a María Novaro, directora general del Imcine (Instituto Mexicano de Cinematografía), el brazo armado del Estado mexicano en la industria del séptimo arte.
“Del Toro dice que no hay más cine mexicano en el año en que nunca hubo tantas producciones”, dice, hablando de un “récord” de 256 películas en 2021 “Y el 56% recibió apoyo con dinero público. El Imcine dedica 900 millones de pesos al año (45 millones de dólares) al financiamiento del cine mexicano, insiste el autor de Danzón, que tuvo cierto éxito en Cannes en los 90. Está muy bien que Netflix produzca mucho contenido en México. Pero eso no reemplaza lo que hace Imcine. »
El cine mexicano se ha descentralizado y diversificado, continúa María Novaro, al unísono con las prioridades mostradas por el presidente Andrés Manuel López Obrador a favor de los más pobres y los pueblos originarios.
Desde 2019 se ha producido “un estímulo al cine indígena y afrodescendiente. Con este programa tenemos 56 películas en producción”.
“Empiezan a salir películas que hablan de la migración desde la perspectiva del propio migrante indígena”, dice.
Problema : es difícil ver películas mexicanas en México. “Con el Tratado de Libre Comercio (de América del Norte), la ley redujo a 10%” el porcentaje de películas nacionales que las distribuidoras deben programar en las salas de México. Una de las consecuencias de las políticas “neoliberales” aqueja a María Novaro, en la misma línea que al presidente López Obrador. ¿Y si el verdadero problema fuera esa ausencia de « excepción cultural », más que el coste de las estatuillas de la ceremonia de los Arieles?
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