Durante siglos, los entusiastas de los rebotes han sabido que la selección de piedras es crucial para el éxito de la proeza : cuanto más planos y delgados sean los objetos, mayor será el número de rebotes. Sin embargo, “podemos obtener dinámicas nuevas y emocionantes con las piedras que estamos acostumbrados a desechar”, asegura el matemático Ryan Palmer, de la Universidad británica de Bristol.

Su investigación, publicada en la revista científica Proceedings A de la Royal Society de Gran Bretaña, utiliza un modelo matemático basado en la física con ecuaciones centenarias.

Inicialmente, los científicos se centraron en el tema más serio de la formación de hielo en los aviones, analizando cómo se desprendían los cristales de hielo de la capa de líquido que se formaba en sus alas.

Sus observaciones revelaron « el mismo tipo de interacción que cuando te paras en la orilla de un lago y tratas de hacer rebotar una piedra en su superficie », explica el matemático.

Se descubrió que una piedra más pesada daba una « respuesta súper elástica » que producía un « salto todopoderoso » : cuando el proyectil golpea el agua, la velocidad horizontal cambia a velocidad vertical. Entonces, cuanto más pesado es, más fuerte es la interacción, describe.

La curvatura es otro factor clave porque permite que las rocas más pesadas rocen el agua.

Para quien quiera probarlo, la técnica sigue siendo la misma : el lanzamiento debe ser paralelo a la superficie. Ryan Palmer ha admitido que él mismo no es un as en el rebote, incluso si con gusto se entrega a este pasatiempo cuando surge la oportunidad.

En broma, promete probar suerte « especialmente si la piedra parece una papa », incluso si esa forma es demasiado redonda para un rebote máximo.

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